El
hecho de que Villamuriel no disponga de establecimientos hosteleros,
si se exceptúa el local social de propiedad municipal -el
“bar” como es conocido popularmente-, no es óbice para que
continúe vigente una tradición gastronómica
que tiene hoy continuidad en los ágapes familiares y en las
meriendas de las peñas, y cuyo mejor exponente son los productos
de la matanza: chorizos, salchichones, jamones, entrecuestos y torreznos.
Y, como ocurre
en la mayoría de los pueblos terracampinos, quien tenga la
fortuna de asistir en calidad de familiar, amigo, o invitado, a
unas de estas reuniones familiares, podrá degustar y disfrutar
las esencias de un cocido hecho amorosamente a fuego lento con esos
garbanzos pequeños, suaves, sin piel, mantecosos -cosechados
aquí- acompañados de todos los sacramentos: el tocino,
la carne, el chorizo, el relleno, la oreja y el hueso de jamón,
que impregnan el ambiente de tal aroma que excita las papilas nada
más acceder al zaguán de la casa. Naturalmente,
todo ésto sin olvidar el rey de los platos locales: el asado,
de lechazo o de cohinillo que tanto da, hechos en cazuela de Pereruela;
porque corderos, y cochinillos no faltan en el pueblo y de muy buena
clase; lo mismo que tampoco se echa de menos en la mesa de los murielenses
algún que otro pichón; así como los dulces
caseros elaborados al modo de Villamuriel, tales como las
pastas, pelusas, orejones, rosquillas y mariquitas.
El buen vino siempre estuvo presente en la gastronomía
local. Antaño “los majuelos” proveían a los vecinos
de las uvas suficientes para elaborar el vino “para el gasto”: aquel
“clarete en riscantillo” que hoy, en Villamuriel, tan sólo
es un grato recuerdo. Persiste, sin embargo, la costumbre del “refresco”
a base de la limonada, lo que por otros pagos llaman “sangría”
aunque aquí no lleva más componentes que un buen vino
bien fresco, unos trozos de limón y azúcar al gusto.
Es bebida muy grata, de trago fácil, y engañoso a
veces, sobre todo los días en que el calor aprieta. |