LOS ARBOLES DE VILLAMURIEL DE CAMPOS

Un sueño de primavera hecho realidad

 

El 22 de marzo de 1993 se celebró el Día Forestal Mundial  en un pequeño pueblo terracampino, Villamuriel de Campos, erigido entonces en portaestandarte de un sueño: el sueño de la Tierra de Campos de ver atenuada su parda aridez  histórica con la presencia verde refrescante de los árboles. No sé por que razón fue éste el pueblo elegido pero lo cierto es que aquí se puso en marcha entonces una experiencia que no pocos vieron entonces con el escepticismo propio quien ha vivido reiteradamente tantas promesas defraudadas. Pero la cosa fue adelante y se plantaron 11.000 árboles en 30 hectáreas buena parte de ellas de propiedad municipal.

Probablemente tuvo en ello mucho que ver el empeño puesto por un alcalde tozudo que, respaldado por sus convecinos y contando, desde luego, con el apoyo técnico y financiero de la Confederación Hidrográfica del Duero, puso todo el interés en un proyecto singular cuya base fue la utilización del agua subterránea existente en el término municipal; varios acuíferos que habrían de nutrir de humedad suficiente para que arraigaran los plantones insertados en la tierra a varios metros de profundidad.

Para celebrar el acontecimiento se organizó una gran fiesta en el pueblo a la que asistieron numerosas autoridades, tanto nacionales como autonómicas y provinciales, culminando los actos con un banquete colectivo al que asistieron junto a las autoridades, todos los vecinos y muchos invitados. Recuerdo que fue un día muy grato en el que hubo de todo. No faltaron los acostumbrados discursos de las autoridades así como los de los representantes de la Confederación Hidrográfica del Duero que, plenos de entusiasmo, aventuraron un gran futuro a la experiencia. Tampoco fueron remisos en el parlamento los propios vecinos del pueblo que, encabezados por su alcalde, hicieron votos de gratitud esperanzada en prosa y en verso, sin que faltaran las emocionadas evocaciones  de “Cleto”,  el viejo centenario que, además, tuvo arrestos suficientes para colaborar en la plantación del Olivo de la Amistad, como no podía esperarse menos de quien nunca escatimó sus afanes en favor de su pueblo, en un acto cargado de simbolismo: el esfuerzo de un centenario para que germinase otro centenario.

Han pasado ya ocho años desde entonces y el sueño de aquella primavera empieza a ser una realidad en esta primavera del 2001, y los plantones de entonces, son hoy árboles, no desarrollados suficientemente todavía, es cierto, pero pujantes, mostrando ya los primeros atisbos de unas esplendorosas choperas, cuyas cuidadas hileras pueden apreciarse desde las carreterillas comarcales por la que se accede al pueblo, desde Palazuelo y Villafrechós, ornando con su verde frescura la Vega de Juan Prieto, las riberas del río Ahogaborricos y la Fuente de la Peña.

Dijeron que los talarían dentro de diez o doce años. No sé. No entro a considerar con qué criterios fue abordado tan ilusionante proyecto pero me resisto a creer que tan solo fueran económicos; sin descartarlos, a uno le gustaría que la experiencia no quedase en una mera iniciativa local sin continuidad asegurada, aquí o en otros espacios de la Tierra de Campos. Que no caiga en el olvido o en la dejadez  ahora que están gestándose al parecer, las Directrices de Ordenación del Territorio: el modelo económico, social, cultural y ecológico de Castilla y León para los años venideros.

Creo que a mi amigo, el viejo sabio Cleto, le hubiera gustado que este sueño de primavera se perpetuase o por lo menos fuera centenario, como él mismo, como el Olivo de la Amistad.

 

 

 CLETO Y EL OLIVO

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Francisco Pérez Garzón